sábado, 7 de julio de 2012

Deseando que el día acabe

No puedo. No lo soporto, es superior a mis ánimos. Dime cómo lo hago; cómo aguanto tanto peso sobre mis hombros, de qué cuerda me agarro para sujetarme. ¿No lo sabes? Yo tampoco.
La realidad se hace tan dura y fría que cuesta no chocar contra el cristal que parece que la separa del resto de la vida. Un montón de golpes en mi cabeza contra ese mismo cristal, que por mucho que le doy patadas no cae y, ni siquiera, se desencaja... Cuando me separo de él, lo único que se me ocurre preguntarme es, ¿por qué a mí? ¿Cual ha sido aquel mal tan grande que he cometido que se me castiga de esta forma? Ni ganas de escribir tengo, mis dedos se mueven depresivos hacia teclas que, sinceramente, no me molesto ni en pensar cuales son. Sale solo. Otro día más esperando a que se acabe para poder dormir y así por lo menos en esas horas no pienso. Por que pensar no hace humanos, pero también inhumanos; pensar demasiado no es bueno, yo no lo recomiendo. Y así se me acaba el torrente de letras que escribir para poder ahuecar mi cama, otra vez pensar; hasta que se acabe el día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario